jueves, 2 de febrero de 2017

Un pacto bendito con el agua

Los sembrados de piña abundan mucho por estos lares
Un camino tortuoso de piedra y barro, labrado entre las montañas de la Sierra del Rosario conduce a Machuca: un sitio privilegiado de San Cristóbal donde hombre y naturaleza se funden de manera pacífica y el agua, para ellos bendita, es fuente de sanación y motiva la fe de la mitad de los pobladores.
Allí, muy cerca de lo que pudiera considerarse el centro de la comunidad, vive Aracelio Miranda, fuerte a sus más de siete décadas, pese a no haber ido nunca al médico ni tomado medicamento alguno.
¿La razón? Él y su familia son fieles a una creencia surgida en Viñales desde la década del 30.

SURGIMIENTO DE UNA SECTA

A Antoñica Izquierdo González, una cubana carente de recursos, habitante de los Cayos de San Felipe, en Viñales, se le enfermó gravemente un hijo. Sin posibilidades de acudir al hospital, el 8 de enero de 1936 tuvo una revelación: ante ella, la imagen de la Virgen María le aseguraba que su hijo no moriría. Bastaba con meterlo debajo de un chorro de agua que caía de las canales del bohío. Y se hizo el milagro.
La voz corrió de boca en boca y nuevamente apareció la Virgen, esta vez para concederle a Antoñica el don de curar a todo el mundo, con varias condiciones: hacerlo gratuitamente, no utilizar nada más que el agua, no tener vicios, no revelarse contra el gobierno de los hombres, aislarse de la actividad política, no inscribirse en los censos electorales, no votar, y no recibir educación.
De todos lados venía gente a sanarse con sus poderes hasta que se convirtió en verdadero estorbo para médicos, farmacéuticos, y para algunos políticos que querían a toda costa los votos de sus seguidores. Así fue acusada de brujera y recluida en un manicomio, donde murió.
No sucedió así con la fe en el agua, perdurable hasta nuestros tiempos en estos habitantes de Machuca y en algunos que todavía viven en Viñales.

VOLVAMOS A ARACELIO

Rodeado de montañas, entre frutales y parcelas sembradas de piña por doquier, vive en una casita impecable, azul y blanca, de piso de barro apisonado, y acondicionada con muebles de madera, todo directamente provisto de la naturaleza.
Allí vive con su esposa, descendiente directa de Antoñica y como la gran mayoría de los seguidores se declara católico; no está inscrito en censo alguno, y la escuela y el servicio médico le son ajenos pese a tener escuela y consultorio muy cerca y, como todo cubano, el derecho a acceder a estos siempre que lo soliciten.
Aracelio es de los más longevos por estos lares, por eso parece ser más fiel a los preceptos fundacionales, pero no se discrimina a nadie ni se le expulsa por no hacerlo todo a cabalidad. Así hay quienes van a la escuela, o quienes con el tiempo han decidido que sus casas tengan luz eléctrica, piso de cemento, o algún que otro electrodoméstico. E, incluso, hay quienes acuden al médico.
“Cuando estamos enfermos nos curamos con agua fría del manantial: basta un baño por la mañana, dejándola correr por todo el cuerpo, y compresas mojadas durante el resto del día; así he rebasado neumonías”, dice mientras imagina que haya sido esa dolencia, por el dolor en los pulmones y la falta de aire.
Cuenta que las mujeres no van por sus pies a dar a luz al hospital, pero no ofrecen resistencia cuando las llevan cargadas, y en el caso de la educación, se enseñan unos a otros a leer, escribir, realizar las operaciones matemáticas básicas y algún que otro oficio, el más común, el de labrar la tierra.
Asegura que todas las aguas del mundo tienen las mismas propiedades, sin importar de dónde procedan y se ve feliz, tranquilo en su paraíso, aunque sabe perdurable esa creencia.

REVOLUCIÓN Y FE

Víctor Manuel Oliva está en sexto grado. Lo sorprendimos a caballo, de regreso de la escuela. Aunque vivió en San Cristóbal considera este su paraíso. “Me gusta más aquí, porque estoy en contacto directo con la naturaleza”, nos dice mientras cabalga con total destreza por entre las piedras.
Hasta esos sitios, por caminos intrincados, llega la luz eléctrica. Alexis Graverán, delegado y maestro de una de las dos escuelitas multígrado, asegura que fue uno de los primeros sitios del Plan Turquino en recibir el servicio, aunque todavía muchas familias de acuáticos se niegan a sus beneficios.
En la escuela Pablo de la Torriente Brau, seis niños, cuatro de ellos acuáticos, reciben los conocimientos necesarios para su formación elemental y la inserción en el sistema de enseñanza secundaria, aunque los pocos acuáticos que han cursado estudios solo llegan hasta el sexto grado.
Alexis lleva 17 años impartiendo clases aquí, y tiene la satisfacción de que muchos de sus alumnos han continuado estudios. Igualmente, a sus reuniones, pese a la lejanía, acude un elevado por ciento de electores.
Los planteamientos son predecibles: falta mejorar los caminos, abastecer más la bodega tienda, terminar el arreglo de la ambulancia y hasta incrementar los viajes que da el camión: por ahora tres veces a la semana y un viaje el domingo para llevar a los tres estudiantes de secundaria a la escuela de Sabanilla.
Sostiene como reto el que cada vez sean más los niños acuáticos que acudan a la escuela, al menos ya este curso, de 10 alumnos entre las dos escuelitas, seis pertenecen a familias con esta creencia.
En el consultorio, el joven Loisel Cruz recién inicia sus aventuras por estos lares. Este médico, junto a la enfermera María Teresa Bernal, tienen el encargo de repartir salud en un sitio donde muchos evaden las batas blancas.
Mediante informantes saben de los padecimientos de estos hombres y mujeres y buscan vías para intentar sanarles. En el caso de las embarazadas el trabajo es intenso. Una vez que se enteran de un caso (actualmente hay tres acuáticas en estado de gestación), deben seguirlas y, si hay riesgo, trasladarlas hacia el hospital de San Cristóbal. No ofrecen resistencia, pero hay que llevarlas sentadas en un taburete.
Recrearse también es posible. Más allá del espectáculo visual, del placer de disfrutar del aire puro, hay allí una sala de televisión y un improvisado círculo social. En el primero se proyectan películas, y hay una minibiblioteca, en tanto el círculo es espacio para bailables y la actuación de un conjunto campesino integrado por pobladores. Incluso La Colmenita ha llegado hasta estos parajes.
Un terreno de pelota, el ranchón de la cooperativa, una micropanadería, un taller de servicios y la bodega tienda armonizan en una comunidad distintiva por el sonido del agua abundante, los cultivos de piña, las numerosas plantas de cítricos y pequeñas casas impecables, de gente humilde, respetuosa, siempre con la mano amiga.
Quizás en el futuro desaparezca la tradición, y Antoñica Izquierdo sea un recuerdo. A fin de cuentas, ya los pobladores de allí no son aquellos campesinos engañados por los gobiernos de turno de antes de la Revolución, que con les quitaban las tierras, no hay que ser rico para acceder a la salud ni llegan los favores en dependencia de los votos.
La Revolución llegó hasta aquí también, por los mismos intrincados caminos que ellos suben a diario. Entre montañas, piña y café, en casitas que se pierden en la lejanía, viven todavía los acuáticos, y su singular creencia. Y aunque mañana todo no sea más que una leyenda, seguirán sus manantiales de agua pura, dando vida.

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