Esta fue la caravana de Fidel para mi generación, para la
juventud cubana. Sabías que los mayores a diario nos juzgaban de ser menos
revolucionarios por no haber vivido contigo la efervescencia del triunfo, por
no haberte seguido en aquel recorrido victorioso de enero de 1959, y no podías
hacer otra cosa que regalarnos también una marcha triunfal esta vez de
Occidente a Oriente.
Volviste a la cuna de las revoluciones en Cuba, ahora estás
cerca del cuartel Moncada, junto a Céspedes, a Martí, a la madre de los Maceo, y
los imagino conspirando, ideando maneras del salvar al mundo, abonando el fruto
del árbol de la libertad cuya semilla plantaron entre todos, para que el árbol
siga erguido, recto como ustedes mismos.
Y aunque hoy no estás físicamente, este no fue un trayecto
de muerte, sino de luz. Esta vez no eran analfabetos ni personas insalubres
quienes se convocaban a ambos lados de la carretera para saludarte. Era un
pueblo iluminado, trabajador, con una esperanza de vida superior a la de países
desarrollados.
Ahora no saludaban al hombre que significaba el cambio,
vitoreaban al hombre que cambió a Cuba, al que cumplió cuanto dijo en La
historia me absolverá, al que en medio de las adversidades, siempre dando el
pecho a las balas, enfrentó huracanes, inundaciones e intentos de asesinato.
Fidel, siempre claro, previsor, nos acostumbró hace algunos
años a no tenerle tan cerca, con esas reflexiones certeras en momentos claves
nos dejó claro que de él lo más importante que debían guardar los cubanos no
era la imagen del líder en la plaza sino las ideas del líder, ese que aunque
viéramos ya poco seguía ahí.
A los noventa nos dejó, se lo había dicho a Maduro, y como
todo lo que dijo lo cumplió… pero por primera vez no estoy de acuerdo contigo,
y somos millones los que esta vez te reprochamos algo: no te queremos dejar ir,
y no lo haremos. Esa flor, esa firma y el tributo en la ceremonia de Santa
Ifigenia no son adiós, son compromiso.
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