Juan Carlos Prego sintió miedo en aquellos días de
diciembre. Su joven esposa se debatía entre la vida y la muerte tras dar a luz
a la pequeñita Breysi en el Hospital Iván Portuondo, de San Antonio de los
Baños. Con 38 semanas y unos días le habían inducido el parto, y todo parecía
salir bien hasta que un notable descenso de la hemoglobina preocupó y ocupó al
personal médico del centro.
Entre el ir y venir de doctores y enfermeras, Juan Carlos
conoció de la solidaridad de los cubanos, esa que tanto escasea en un mundo
comprometido con el poder y el dinero. Entre los acompañantes de otros
pacientes encontró consuelo en unos, mientras otros apelaban a sus creencias
religiosas para pedir un milagro para aquellos desconocidos, porque no
importaba quién fuera él o su esposa. Y no le faltaron los alimentos y los
constantes ofrecimientos de ayuda de cualquier tipo, o los apretones de mano.
En esa institución de salud encontró el apoyo que su desconsolado corazón
necesitaba para sobreponerse.
También los de las batas blancas entendieron su tristeza, y
le mantuvieron al tanto de la situación. El afán de todos por regresarle a
Riskenia sana y salva le transmitió la confianza de que su esposa saldría bien.
Y así fue. En la madrugada del día 11 de diciembre, los
análisis revelaron que su salud comenzaba a mejorar; incluso le permitieron
verla y participar junto al equipo médico en el análisis del caso. Ya al
amanecer, una tercera serie de análisis indicaba que la paciente estaba fuera
de peligro.
Aunque de seguro hubiera preferido no vivir ese incidente,
estoy convencida de que Juan Carlos agradece haber estado rodeado de personas
tan amables que se solidarizaron con una causa que les era ajena. Tal vez por
eso en cada esquina hace un alto para contar su historia, llena de gente que,
cuando todo parecía perdido, le vinieron a ofrecen el corazón. De seguro su
pequeña Breysi también contará un día esta epopeya llena de amor y milagro que
le permitió disfrutar de su joven mamá.
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